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sábado, 19 de enero de 2008

La estatua

Recupero algo muy viejo y que no me acaba de convencer pero perfiero dejarlo intacto por respeto a mi yo pasado (con sus virtudes y defectos).

La estatua

No sé que es, de pronto ha surgido,
me abrasa el estomago,
me alborota el corazón,
las palabras no salen,
mis pensamientos se bloquean,
sólo quiero contemplarte,
ser el mejor para ti,
darte toda la felicidad,
pero me pueden los nervios,
me entra pánico por hacer algo mal delante tuyo,
no soy capaz de reaccionar,
y el silencio se adueña del momento,
tú delante mío,
yo delante tuyo,
que dulce tortura,
que estúpida inseguridad,
deseo besarte pero hasta mirarte me duele,
por favor,
vete y dame consuelo,
deja que la soledad alivie la tensión,
permite que maldiga mi sino y mi cobardía,
aléjate y déjame con la amargura
de haber perdido una vez más sin luchar
por lo que más quiero,
que me invada la pena
hasta que otra vez te vuelva a ver.

domingo, 6 de enero de 2008

Diario de una noche

Había pasado tanto tiempo que ya no recordaba el sabor de su clítoris sobre su lengua, ni el suyo ni el de ninguna otra, evidentemente.

Continuaba ligado a ella a través de los recuerdos que le sobrevenían por el menor detalle de la vida cotidiana. Añoraba el sexo, la pasión desmedida, recorrer toda su piel sintiéndose impotente de no poder abarcarla toda a la vez, su boca húmeda e inquieta, esa mirada levemente pérdida, sus cálidos pechos y su tropical vagina. Pero sobre todo echaba en falta su presencia silenciosa, compartir los momentos, ser cómplice y participe de su vida. ¿Qué había sido del candor y ternura que sentían el uno por el otro, de las risas, de la felicidad y el deseo de que nada cambiase pues el mundo les sobraba?

Era consciente que todo había acabado y que ella, ahora, era totalmente ajena a su vida. Pensaba en ello mientras dejaba que el agua de la ducha secuestrase sus lágrimas impudorosas. Tenía que salir y vestirse, pero no quería. Era como si el calor de la agua le protegiese del exterior al igual que lo hacia del frío propio del invierno. Sentía la soledad y pánico de que está le acompañase durante el resto de su vida.

Miro el reloj del cuarto baño a través de las brumas del vapor y la hora que marcaba le impulsó a salir de su artificial feto. Se seco, desodoró, afeitó y vistió. Se hizo con las llaves del coche y salió de casa.

Joer, que tarde, que tarde, que tarde.

Como odiaba el tráfico. Ante la hora aproximada de viaje que tenía por delante, puso la radio. A esa hora sólo hablaban de deportes, no le interesaba pero era preferible a oír una emisora musical y que cualquier canción le dejara aun más hundido.

Maldito tráfico. Maldita memoria caprichosa y traicionera.

Hoy el asiento del copiloto estaba vacío y el perfume de ella no llenaba todo el espacio de coche, pero él lo notaba igual. Todavía guardaba su foto en la cartera, no por esperanza de volver a estar con ella, sino por que había sido tanto para él en su vida que tenía la sensación de que si tirase la foto perdería un gran trozo de sí. Sólo ella le dio sentido a su existencia y no estaba preparado para desvincularse más aun. Esto era un sinsentido y lo sabía.

Malditos semáforos. Malditos solistas del claxon. Maldita vida.

¿Qué hacer? No se imaginaba el futuro, ni sabia que quería. Ilusiones y sueños que tuvo en el pasado se desvanecieron. Vivir o intentar sobrevivir era su inercia, más por impulso que por intención propia.

Joder y ahora se pone a llover. Maldito tiempo. Maldito mundo.

Trabajar y consumir su tiempo libre en cualquier cosa que no le dejase estar consciente a solas consigo mismo era su obsesión. No pensar, alejarse de la soledad. Seguramente la soledad es el sentimiento más antiguo que alberga el ser humano y el amor una consecuencia de él. Una camino de engañarla es disolviendo la insoportable existencia de uno mismo con la de otro ser para formar una pareja. A veces ocurre que la también la existencia como pareja se vuelve insulsa y pobre entonces se tienen hijos.

Malditas obras. No se ve nada. Maldita noche.

Odiaba conducir de noche y con lluvia. Iba e iba con desgana, más por compromiso que por gusto o apetencia. Ellos, sus amigos, le caían bien pero ahora, paradójicamente, prefería estar sólo, que no se trasluciese su sentir, que nadie notase su ánimo, no quería preocuparles ni aguar la velada.

Malditos deportes. Maldita sociedad de bobos y superficiales. Maldita panda de alienados.

Le cargaban los triviales e estúpidos comentarios sobre el deporte que vomitaba la radio. Era irracional que hubiese gente que condicionase su vida y las relaciones con los demás según los resultados de su equipo preferido. Bueno, ya casi había llegado. Sólo quedaba encontrar aparcamiento. Sólo.

Malditos coches. Malditas zonas azules. Maldito amor.

¿Existe realmente el amor o es sólo una forma de conseguir sexo con constancia? ¿Tiene el sexo sentido en sí mismo o es sólo la manera más profunda de sentirse ligado a alguien y huir de la soledad? Cariño a través del sexo y sexo a través del cariño… y el amor de envoltorio. Nunca más caería en la trampa. Mejor así. No más decepciones. No más fracasos. No más dolor. No más.

Por fin, un sitio, por fin. Mierda llego tarde.

Una cena con amigos. Un acto colectivo compañía mutua. Gente alrededor y distracción. Y sin embargo e incapaz de aliviar la soledad interior. Ocurre a veces que cuando más gente tienes rodeándote mayor es la sensación de aislamiento y más distante te sientes de todos, como si el tiempo corriese a una velocidad diferente para uno a la de los demás.

Allí están, bueno… no soy el último.

Esperaban bajo un balcón próximo la entrada al restaurante. Eran cinco y aparte de él faltaba una pareja. Los saludó y mientras terminaba la ronda llegaba la pareja faltante acompañados por alguien más. Una chica.

¿Quién es? Parece maja. Me esta mirando…

Fueron presentados. Entraron todos al restaurante. Ella se sentó cerca de él, pero no al lado. Durante la cena fueron conociendo vagos detalles de la vida de uno y otro. Él la miraba, le gustaba su forma de hablar, de gesticular, de expresarse. No es que fuese guapa propiamente, pero tenía un “no sé que”… y tonta no era precisamente. Se sentía atraído por ella.

¿Tendrá pareja? ¿Le habré caído bien? Es tan maja…

Tras la cena amena y agradable fueron a un pub próximo. Había dejado de llover y seguramente si él hubiese mirado al cielo habría dicho que comenzaba a brillar el sol en esa noche enero. Consiguió colarle discretamente la pregunta sobre su estado social y averiguó que no había nadie en la actualidad. Pudieron hablar con la intimidad que daba la fuerte música ambiental. El agrado parecía mutuo. Al despedirse se dieron dos besos en las mejillas que a él le supieron a poco. Se fue camino de su coche con una sonrisa en los labios, una manojillo de pequeñas ilusiones y un número de móvil.

Que maja, que maja, que maja…quiero verla de nuevo, ya la echo de menos.