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sábado, 29 de marzo de 2008

Recuerdo la primera vez...

Hace algún tiempo, escribí sin acabar un texto del cual me encariñe particularmente. Quisó la mala suerte que se perdiese o traspapelase. Hoy he intentado recuperarlo de memoría y, aunque seguro que le he sido infiel al reproducirlo, creo la idea principal áun late en este. Espero que guste.

Recuerdo la primera vez...

Una ligera brisa me revolvió el cabello obligándome a rehacer mi peinado con tosca ayuda de mi mano. Eran las primeras horas del día y el fresco se hacia sentir a través del anorak. El suelo se hallaba húmedo y de aspecto resbaladizo. La densa niebla ocultaba la calle, tan sólo se podían adivinar las farolas tras unas amarillentas aureolas.

Dirigí mi mirada al cielo y vi una cantidad inmensurable de estrellas a simple vista. Siempre he pensado como inútil y estúpido el intento, tan peliculero, contarlas.

Mire el reloj. Te retrasabas… Di unos pasos en redondo y el polvo que se levanto ensució mis sandalias, ¿Cuánto hacía que no llovía? No sé, todo estaba tan seco y árido que no recuerdo como era la ciudad sin ese constante velo polvo grisáceo que la cubre.

Seguía esperando, esperándote y tú sin aparecer. Al comienzo, me pareció buena la idea de quedar para cenar. Prometía una velada agradable y toda la noche por delante para llenar con nuestras apetencias e imaginación.

Medía hora había pasado ya. Y la reserva no la mantenían en el restaurante más de quince minutos. Quizá la copiosa lluvia te había retrasado. Deseé que hubieses sido previsora y cogido un paraguas, no, mejor, dos paraguas. Aunque…, total, yo ya estaba empapado desde la calva hasta las suelas de mis bambas. Afortunadamente, era una lluvia cálida, de esa que no importa que te moje pues sus gotas son como diminutos lametazos.

La luz de un relámpago te reveló y el instantáneo sonido del trueno que me sobrecogió. ¡Que pelirroja estabas!

Corrí hacia ti. Llegaba tarde y no tenía disculpa, bueno, si pero no te la podía contar. Tú idea de vernos por primera vez en una playa nudista me pareció tan desconcertante como divertida. Accedí muerto de pudor y vergüenza. Y ahora corría hacia ti penosamente, con los pies abrasados por la arena y el sol en lo alto abrasándome el cuerpo..

Tonto de mí, no había llevado protección solar. ¿Dónde llevarla? Es lo malo de la piel, que no tiene bolsillos.

Tú estabas sentada en una toalla, con la cabeza sobre los antebrazos y estos apoyados sobre tus rodillas. Tu rizado cabello descansaba sobre tus hombros. Me mirabas sonriente con tus ojos bañados en ámbar. No vale, eso era trampa. Tú me veías enterito y yo a ti nada.

Llegué a tu lado con la respiración entrecortada. Me dejé de caer de rodillas frente a ti. Te miré a los ojos sin decir nada, mientras recobraba la respiración. Allí estábamos, juntos, por primera vez, los dos y sin nada más que nos separase que el aire. El silencio continuaba, ninguno decía nada. Entonces, tú te incorporaste imitando mi postura. Te mostraste entera y mi mirada inundó tu cuerpo, de abajo a arriba, para volver a la paz de tus ojos negros.

Te aproximaste hacia mí y me besaste. Te besé abrazándote y recogiéndote sobre mi cuerpo. Noté tus pechos sobre mi piel y aumenté mi presencia. Nos besamos.

Una luna nacarada brillaba sobre el cielo y era mudo testigo de nuestro beso.

Teníamos los labios fríos y cortados y, mientras se unieron, los copos de nieve se depositaban suavemente sobre nuestras caras.

La pareja de la butaca de detrás se reía al vernos y en la pantalla un león rugía.

No sé, es un recuerdo borroso o la suma de otros poco claros. Realmente, no puedo rememorar como fue ni como éramos. Estabas tú y estaba yo. Se seguro que nos besamos aquella primera vez. Nosotros dos y el mundo alrededor. Un mundo indefinido que poco importa. Sería ridículo medir la relevancia del Universo cuando te tengo a mi lado. Nada existe sin ti. Nada tiene sentido si tú no estás.

Por cierto, ¿quién eres tú?